PARTE 2
3.- LA REHÉN
De mientras, los martes y los jueves siempre eran mis días preferidos de la semana. Me gustaban porque aparte de ser el día que practicábamos tiro, era cuando más tiempo pasaba con Nat.
—Luke, ¿te apuntas a ver quién da más veces en el centro de la diana?
Me preguntó con una sonrisa malévola y traviesa.
Ella se divertía con su trabajo, le gustaba ver a las víctimas sufrir, también era especialmente ágil con las armas y tenía una puntería magistral, pero todos sabían qué quien era un as en las armas era yo, pero siempre me gustaba picarme con ella.
—Sabes que te ganaré, ¿qué tal un 50/50?-me encantaba este juego porque era mi especialidad y ella lo sabía.
—No jodas, Luke, sabes que llevas ventajas.
—¿Acaso te estás rajando, Nat?
—Eso nunca, ¡Já!-me dijo dándome un golpecito en el hombro.
Y así echábamos los entrenamientos de tiros, a ver quién tenía más puntería.
Después de dos o tres pequeños robos en los que asistí, fue cuando realmente cometí mi primer "trabajo", porque así era como asignábamos a lo que hacíamos. Éramos muy silenciosos, ágiles y tremendamente rápidos. No llegaban ni a llamar a la policía cuando ya nos habíamos ido. Esa noche fue magistral, entramos el día 5 de enero por la madrugada, esos días del año era cuando más recaudación conseguíamos porque todas las casas estaban llenas de dinero, joyas y poseían artículos de lujo . Con esto de las jodidas navidades siempre se lo llevaban todo a casa. En este trabajo conseguimos requisar 40 mil libras en efectivos, tres rolex, un Girard—Perregux 1966 Chronograph Doctor's Watch valorado en unas 33 mil libras y unos preciosos aretes Chopard de diamantes en blanco y rosa valorado en 3 millones de libras.
Me encantaba esa sensación de miedo; de notar la adrenalina correr por mis venas cada vez que hacíamos un trabajo. De ir planeando a cada paso un nuevo plan por si nos pillaban-pero eso nunca llegaba, éramos demasiados ágiles-.
Esa misma noche, tras el trabajo, me había levantado con una sensación rara, y como todos sabían de mis pesadillas de las navidades pasadas y no había pegado ojo en toda la noche, decidí quedarme en mi habitación.
No recuerdo cuanto tiempo estuve allí, hasta que una voz me despertó.
—Luke, ¿estás bien?
—Uhm....
—Despierta Luke. Mis hermanos ya están aquí con la recompensa de la noche y creo que tenemos una rehén.
Al escuchar la última palabra, me desperté de sopetón. En ese mismo instante se me vinieron muchos recuerdos de mi niñez.
Bajé las escaleras para encontrarme con tal sorpresa.
Era una joven de rubios cabellos, la traían atada de brazos y piernas.
—¿Dónde la dejamos?-le preguntó David al señor Richard, que se encontraba sentado en un sillón rojo desgastado, en medio del salón.
—Déjenla en el calabozo, y ya que luego alguien se encargue de ella.
Estaba observando la escena junto a Nat.
—¿Tienes idea alguna de quién es esa chica?-le pregunté.
—No tengo ni idea, tan sólo sé que es la hija de una de las familias más ricas de Londres.
—¿Y sabes para qué la necesitan?
—No sé, no me han dicho la razón por la que quieren conseguir tal dinero.
—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? ¿Qué vais a hacerme?-la joven hacía siempre las mismas preguntas con lágrimas en la cara, mientras se la llevaban al calabozo para dejarla encerrada.
En ese momento, decidí sujetar a David por el brazo para detenerlo.
—¿Para qué necesitáis a la joven?-le pregunté preocupado.
—Nos servirá para ganar gran cantidad de dinero.
—¿Y para qué necesitáis el dinero?
—No es algo que debas saber-me dijo golpeándome haciendo que retrocediera unos pasos, y sucesivamente, lanzando a la joven al calabozo, y cerrando la puerta con llave, la cual tan solo tenía una pequeña rendija en la parte superior-Lárgate de aquí-me ordenó David llevándome al salón sujetándome por la camisa.
Fui a hablar con Richard enfurecido.
—¡¿Por qué se supone que habéis raptado a la joven?!
—Cierra la boca enano, aquí hacemos lo que yo ordene-me respondió mientras leía un libro.
—¿Y por qué ella?
Tras un extenso silencio...
—Es una historia muy larga-y sucesivamente, continuó con su lectura.
—¡Deja el maldito libro!-le grité tirándoselo al suelo.
Richard, sin motivación alguna, me miró con cara de desprecio, se agachó, cogió el libro, y continuó leyendo como si no hubiera pasado absolutamente nada.
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